RELATO 1

RELATO 1: YO Y YO

Hace unos años, a primeros de septiembre.

Era un sábado como cualquier otro, y había estado haciendo lo de siempre en esa época, una época convulsa de mi vida. La noche anterior había salido de fiesta con unos compañeros, de esos que conoces y con los que te juntas solo para pasártelo muy bien entre copas. Pues eso, que salí de marcha y volví de madrugada. No suelo beber, y aquella vez, tampoco lo hice, no tenía nada de resaca ni de mal cuerpo; lo único era que tenía un chucho que no podía conmigo. Me levanté, limpié, cociné, comí, vi un rato la tele; y después me volví a la cama.

Llevaba en mi cama desde las cuatro o las cinco de la tarde, pero no dormía… no podía.

Cansada de dar vueltas y más vueltas, me puse a escribir, pero lo deje poco después al darme cuenta de que no me concentraba. Estaba sola en casa, mi hermana estaba en mi país con el resto de mis hermanos por un importante asunto familiar. Por razones que ahora no vienen a cuento, no pude acompañarles, así que me encontraba y me sentía… un poco abandonada. Mi top de algodón se pegaba a mis pechos por el sudor. Con la cabeza en otra parte, me levanté y me acerqué a la ventana para bajar las persianas. Me quedé un poco frente a ella, dejándome cegar por el sol, mirando el ir y venir de los coches en el improvisado parking debajo de la ventana de mi habitación. La abrí y el aire caliente casi me asfixia, haciéndome desistir y cerrarla inmediatamente. No podía más del calor, mis braguitas se pegaban a mi trasero, a mi intimidad; y mi top de tirantes estaba casi mojado. Pasé mi mano sobre mi tripa, mis brazos y mis muslos: una fina capa de sudor me cubría, y gotas de la misma perlaban sobre mi frente y mi labio superior. Decidí darme una ducha, me dirigí al baño y abrí el grifo. Agua fría, necesitaba agua fría para calmar mi calor, refrescarme y despejar mi mente embotada por mil pensamientos. Me desnudé y me metí debajo del helado chorro de agua que me hizo resoplar. El cambio de

temperatura me despejó de golpe y me vino mejor de lo que esperaba. Acostumbrada al agua fría, me enjaboné y me froté. El agua y el jabón volvieron mi cuerpo resbaladizo, mis manos frotaron mis brazos, mi cuello, y se centró en mis pechos. Me los frotaba una y otra vez, el placer resultante de ese refrote me hizo sentarme en la bañera para poder acariciarme mejor, pues en eso se había convertido la ducha. Regulé la alcachofa de la ducha para que el agua saliera tibia. Opté por maltratarme un poco: cogí el guante de crin, me exfolié el cuerpo entero; pies, piernas, trasero, espalda, tripa, pechos, brazos, cuello y cara. Una vez terminadocon el guante, mis manos resbalaron desde mis pechos hasta mi tripa y mis muslos. Cerré los ojos y apoyé mi espalda contra los fríos azulejos. Se me escapó un gemido de placer al notar el contraste entre el frío del azulejo y lo caliente del agua y de la atmósfera del baño. Hacía rato que mis manos habían abandonado mis muslos, bajaron a lo largo de mis piernas, volvieron a subir por el interior de ellas y a medida que subían por el interior de mis muslos, éstos se abrían.

Al llegar a mi humedad, noté unas oleadas de placer que no tenía nada que ver con el agua o la ducha. El fluido blanco de mis adentros me manchó los dedos. Estaba tan excitada que mis gemidos se transformaron primero en jadeos y después en gritos. Mi cuerpo tenso se estremecía y se retorcía por las mil sensaciones que lo atravesaban. Oleadas de placer empezaron a sacudirme. Saqué mis dedos de mi interior para concentrarme en mi botón de placer, tracé círculos sobre él y los alterné con caricias arriba y abajo, no podía más de la tortura. Aceleré el ritmo de mi mano mientras la otra sujetaba con fuerza el borde de la bañera. Mi cuerpo tenso se estremeció al ritmo de mi mano, llevándome a un sitio desconocido de placer inmenso, me puse a temblar, grité y me corrí como una posesa, pringándome la mano con mi flujo, lo que me demostró que había eyaculado. Las oleadas de placer al principio violentas, sacudieron y tensaron al máximo mi cuerpo desnudo y empapado. El orgasmo que me vino fue tan intenso que me recorrió de cabeza a los pies una y otra vez, hasta que los espasmos de mi intimidad se fueron calmando poco a poco, mi cuerpo dejo de sacudirse, para al final quedarse relajado del todo.

Permanecí con los ojos cerrados un rato más, disfrutando de la caricia del agua tibia sobre mi piel; me llevé la alcachofa hasta mi entrepierna y la tuve allí unos minutos que me sirvieron para terminar de relajarme del todo. Volví a fijar la alcachofa al palo de la ducha y me quede de pie bajo el chorro de agua.

-Qué bueno !!!!; pensé, al recordar lo que acababa de pasar entre yo y yo.

Sí, definitivamente, me vino bien eso de estar conmigo misma; lo necesitaba, me hacía mucha falta, y no lo supe hasta que vi mi blanco fluido irse por el desagüe junto con los pocos restos de espuma de jabón que quedaron pegados a las paredes de la bañera y que limpié dirigiendo en ellas el chorro de agua. Me envolví en una suave y mullida toalla que abrazó mi piel hipersensible y cuyo tacto me gustó tanto que casi me vuelven las ganas de amarme otra vez. Abrí la puerta del baño lleno de vapor, me miré al espejo y vi una cara relajada, sonriente, feliz (por un momento), casi en éxtasis. Mientras me hidrataba mi piel color café y el espejo me devolvía la imagen de una joven distendida, me sonreí y me guiñé un ojo recordando las sensaciones.

-Qué manos tienes, cómo me gustas, te amo; no dejes de enloquecerme jamás, por favor te lo pido.

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