Eva

Se llamaba así. Eva. Y como la madre de todos, la primera de todas, era un misterio como ella. Era la perfección del maridaje cultural y global, por muy racial que era. Era muy difícil situarla. Era un diamante que se pulía y mejoraba a sí mismo día tras día. Y había quedado completamente subyugado por esa imposible e increíble mezcla. Esa mujer era pura dinamita, una fiera con cara y apariencia de niña, un pozo sin fin de agua mansa. Nunca podría olvidar la primera vez que fue suya. Se quedó por siempre grabada en lo más profundo de él.

Salían juntos desde apenas unos meses, y era el hombre más feliz de la tierra. Era dulce, tierna, inteligente, culta, sensible, elegante… Y una dama de la cabeza a los pies. En verdad era apabullante. Y una minúscula parte de él no podía dejar de tener cierta envidia sana, de tantas ganas de vivir concentradas en tan menudo cuerpo, tanta fuerza y energía entre tantos obstáculos… Bufff, era el más feliz de la tierra. Pero al mismo tiempo, ella tenía esa innata capacidad de hacerle sonreír, amar, volar, luchar, vivir… Con ella, él era el más fuerte. Su roca. Su todo. Se sentía tan especial a su lado… le hacía sentirse muy especial. Su extrema sensibilidad le motivaba enormemente: quería protegerla, darle todo, que nunca le faltara nada mientras viviera y pudiera. Porque al menos moriría intentándolo, porque era lo que más quería. Porque la amaba.

Aquella noche, ella llegó a su refugio como siempre: tarde. No sabía si era por hacerse esperar, por aquello que decían de que llegar tarde era señal de mucha clase, o por qué era, pero siempre llegaba tarde. Así que aquella noche no fue la excepción. La verdad es que no le molestaba. Él también se hacía esperar, y ella nunca jamás se quejó o siquiera lo mencionó. Además había ido descubriendo cosas deliciosas sobre ella. Cantaba, bailaba… Era muy culta. Siempre escribiendo o leyendo… Verdadero pibonazo, sí señor! Y más tentadora que la propia serpiente ante la genuina Eva en el paraíso terrenal, buah… No quería profundizar demasiado en ello… No en ese momento. Y sólo bastó eso para que se sumirgiera de lleno en los recuerdos de dicha noche.

Le dijo que tenía frío, y estaba visiblemente tensa, nerviosa. La hizo sentarse en la alfombra y le dio un masaje. Poco a poco se fue relajando. No tenía ni idea de la faceta que estaba a punto de descubrir… Fue como si se despertara de un largo sueño. La abrazó fuerte por detrás y le confesó que la amaba demasiado. Ella se estremeció entre sus brazos, la sintió temblar, y la abrazó aún más fuerte. Era tan dulce, suave, generosa, receptiva, entregada… Ella se dio la vuelta y le besó con pasión, con ansia, con toda su alma. No supo cómo, pero se vio a sí mismo medio desnudo en un parpadeo. Embrujado, solo podía sentir los escalofrios que le provocaba su cálida boca contra la suya, su lengua juguetona, sus labios de infarto.

Tenía una enorme dificultad a controlarse. Quería disfrutar de ella, pero sobretodo quería que ella difrutara al máximo. Se le estaba haciendo cuesta arriba. Porque sus gemidos y suspiros le llegaban directo a la médula. Y se quedaban allí. Le empujo suavemente hacia la cama y terminó de desnudarle. Se sentó encima de él y se quitó lentamente su camiseta. Sin apartar sus ojos de los suyos, siguió con su sujetador. Ver sus pechos siempre le quitaba el sentido, y se volvía más loco si cabía por ella. Alargó la mano y atrapó entre sus dedos un duro pezón y ella gimió de placer. Se inclinó sobre él para capturar sus labios y él gozó del contacto de la suave piel de esas dos maravillas de senos que poseía, y cuyos pezones estaban completamente erectos.

La cogió por la cintura para dar la vuelta y tenerla debajo de él, cuerpo contra cuerpo… Su único obstáculo era una braguita escandalosamente sexy. Su piel suave como la seda reclamaba sus caricias y sus besos. Era un delicioso caramelo color chocolate. Sabía a gloria bendita, y sólo le daban ganas de parar el tiempo y quedarse así, en sus brazos, amándola, por siempre jamás. Atrapó con los labios un pezón y lo chupó mientras su mano se perdía entre sus piernas. Casi le da un infarto constatar que estaba muy mojada… Y nunca supo qué había hecho, la fiera despertó, el agua mansa cobró vida.

Se acuerda con gran placer que la descubrió y devoró entera. Literalmente. Pues al notarla tan mojada, quiso tener su sabor. Su mano fue reemplazada por su boca. a partir de ahí, él alucinó aún más con ella. Cierto que la acarició con gran deleite, pero ella respondió corriéndose y temblando largo rato. Largo rato. Y eso era lo más sorprendente y envidiable: sólo fue el principio. Descubrió que cuanto más tenía, más quería. Era insaciable. Imparable. Le encantaba. Gozó intensamente con sus labios y lengua juguetona, se tensaba, contoneaba y pegaba y despegaba de él como una bailarina exótica. Los temblores y espasmos de placer que atravesaban su cuerpo, la hacía gritar con cada vez más frecuencia. Hasta que su lengua le proporcionó tal orgasmo que le arañó toda la espalda. Él siseó de placer al recordarlo.

Gritó, jadeó, y le atrajo hacia ella para besarle en la boca mientras sus piernas le abrazaban hasta penetrarla totalmente. Creyó morirse de placer cuando sintió cómo sus músculos más íntimos atrapaban su miembro, y su resbaladiza humedad le calentaba sin remedio. Era delicioso hacerle el amor… era demasiado sentirla vibrar entre sus brazos tal como lo hacía. Completamente turbador. Y completamente fuera de sí, sintió entorno a su pene su caliente vagina haciendo presión. Y olas y olas de placer empezaron a invadirle.

Ella le mordisqueó el lóbulo de la oreja, y él la abrazó más fuerte aún si era posible. Perdió el sentido, no recuerda gran cosa… Salvo que murió y resucitó de puro placer… Y lo mejor, ella aún se corrió con él. Jadeantes, sudorosos, satisfechos y gratamente sorprendidos, ella se puso a ronronear contra su pecho. Y él simplemente, no la soltó nunca más.

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